jueves, 24 de diciembre de 2009

LLUVIA


-Cierra la puerta, dijo inquieto el hombre que escribía de manera compulsiva.

Una vez hubo escuchado el agudo crujir de la madera que precedía al portazo, pudo al fin respirar tranquilo. Cada vez que la puerta se abría para dejar entrar o salir, según fuera el caso, a la chica del pelo color caoba, su corazón se encogía de tal manera, que el silencio se hacia dueño absoluto de la pequeña estancia donde vivía encerrado desde hacía años. La chica que salía tenía por nombre Amanda. El hombre que quedaba ya no recordaba ni su nombre.
Había perdido casi por completo el contacto con el mundo exterior. Su vida cotidiana se limitaba a escribir sobre un papel en blanco, sorber café aguado, leer el periódico que a diario le traía la chica llamada Amanda, y tomar algo de whisky con un par de hielos (le encantaba escuchar el sonido de los cubitos golpeando la pared de vidrio del vaso cada vez que se lo acercaba a los labios). Una barra de labios color `carmín intenso´ le había atravesado el corazón. Desde entonces, su fobia a los espacios abiertos se había ido convirtiendo poco a poco en una voraz obsesión que lo estaba consumiendo. Pasaba las horas escribiendo, a veces con furia, otras con rabia, y la mayoría, con desgana. Sus dedos golpeaban las letras de la vieja Olivetti de una forma lúgubre pero a la vez acompasada, como si estuviera construyendo la sinfonía musical para un funeral. Amanda cuenta que había visto sangrar la yema de sus dedos en alguna ocasión en que había pasado varios días escribiendo sin descanso. Se detenía única y exclusivamente cuando llovía. Cuando escuchaba el tintineo de las gotas de lluvia golpeando los cristales, se asomaba al pequeño balcón del pisito y dejaba que el agua caída del cielo lo empapara hasta las entrañas. Se solía quedar allí de pie, mojado, en silencio, mirando absorto el cielo hasta que paraba de llover.
Una pequeña cojera en su pie izquierdo le permitía no tener que trabajar. Su paga de invalidez le daba para pagar el alquiler y cubrir los gastos mínimos que requería su monástica existencia. Amanda había sido una de sus alumnas más aventajadas cuando años ha, él ejercía su cátedra de literatura Hispanoamericana en la Universidad. Antes de soterrarse en el agujero en el que estaba, ambos, solían visitar un café del barrio alto y pasaban las horas recitando poemas de Benedetti, Neruda, Lorca y sobre todo de Miguel Hernández, su poeta predilecto. Conversaban sobre la vida, el amor, el pensamiento, la filosofía, el injusto mundo que les había tocado sufrir. Compartían lugares comunes de batallas políticas que ahora él casi no recordaba haber librado. Ella, por el contrario, se mantenía firme y activa sobre el coso de las luchas ciudadanas.
Tras el retiro espiritual del profesor, Amanda decidió pasar de vez en cuando a visitarlo. Recogía un poco, intentaba ordenar el piso (imposible…), comía con él y a veces, hacían el amor. Ella había sentido siempre una instintiva atracción hacia el profesor, pero este, con el corazón encallado durante mucho tiempo en otro puerto, no había reparado en la insultante belleza física de su ex alumna, hasta que se encontró sumido en el abismo mudo y gris de la soledad. Con el paso de los años se fue haciendo cada vez más y más arisco. Ya apenas si hablaban, pero ella seguía visitándolo. Le gustaba detenerse, pararse a mirar por encima del hombro lo que el destartalado profesor escribía con la ayuda de su no menos destartalada Olivetti, a pesar de que no entendía muy bien lo que éste andaba mecanografiando. Parecía ser una novela sin final posible. Llevaba tanto tiempo escribiéndola que los montones de papeles se acumulaban por todas las estancias del piso.
Un día, a media tarde, cayó una tromba de agua sobre la ciudad. Amanda estaba en su casa y al escuchar el fuerte sonido del agua jarreando contra el techo, descorrió urgentemente las cortinas. Al ver lo que estaba ocurriendo en el exterior su rostro palideció. No había visto nunca un aguacero de tal calibre. Al instante se acordó del profesor y su dichosa manía de salir a la terraza “a disfrutar” de los días de lluvia. Rápidamente se puso un impermeable, rescató el paraguas del armario y salió a la calle. A paso ligero y con algo de frío alcanzó el portal de la casa del profesor. Al llegar a la puerta, metió su mano mojada en el bolsillo y saco las llaves. Tras atinar con la llave adecuada en la cerradura, abrió la puerta y notó como una corriente de aire frío la abofeteaba de manera violenta. Un segundo más tarde, la puerta se cerró súbitamente tras ella. Las ventanas de la terracita estaban abiertas de par en par. Corrió hacia ella y al asomarse, el corazón le dio un vuelco. Él no estaba allí. Se asomo a la calle… Nada. Volvió al interior del piso y cerro las puertas de la terraza. Un silencio aterrador se apoderó del lugar. Dirigió su mirada hacia la mesa, estaba atestada de papeles escritos a maquina. Había más que de costumbre. Una taza de café humeaba todavía sobre uno de ellos. La vieja Olivetti ya no estaba cargada con folio alguno. Miró los papeles esparcidos sobre la mesa, se contaban por cientos, estaban desordenados, era imposible buscarles un orden. La desesperación iba desencajándole el rostro por segundos, las lágrimas se agolpaban tras sus párpados esperando ansiosas el momento de brotar y descolgarse sobre sus mejillas. Volvió a mirar a la terraza, y en el suelo, muy próxima a la puerta de la misma, diviso una hoja solitaria. Se acercó con rapidez y se agachó para asir la página. Estaba mojada, y en ella había un único párrafo que ocupaba un tercio de la misma. Lo leyó:

…entonces, salí a la terraza y alcé la vista. La lluvia regó mi rostro con una fuerza descomunal. Cerré los ojos, abrí los brazos cuan si fueran alas y me lancé al vacío. Después, no recuerdo bien. Solo sé que al abrir los ojos no estaba, o mejor dicho, no me encontraba pero sí que estaba, era agua, me había convertido en lluvia. Y después de tantos y tantos años, volví a sentirme con vida. Me posé en las mejillas de los desencantados que como yo, también volvieron a sentirse vivos; golpeé con fuerza los cristales de las ventanas donde los estudiantes soñaban su futuro, llanteé con rabia sobre los mares, me fundí con el agua de pantanos y ríos, rodé montaña abajo anegando de vida con mi sangre los campos de trigo de los indios; Hice florecer praderas enteras, encerré a los amigos en sus casas y a los amantes en sus camas para que todos se dijeran a la cara lo mucho que se amaban. Arrastré aquellos guijarros del camino que llevaban siglos sin moverse, acaricié las manos de los presos que asomaban entre los barrotes, y al mirarlos a los ojos, los vi sonreír, sonreían como nunca lo habían hecho desde que dejaron de ser libres. Y volé, volé de nube en nube para detenerme en todos los continentes, para desplegar mi esencia sobre el mundo entero, fui la tormenta más bella e intensa que jamás ha vivido el Universo.
FIN

Juan Antonio González Molina

Quería con este cuentecillo o relato de invierno dar las gracias a tod@s los compañer@s que compartimos la pasión por la literatura y desde los distintos blogs esparcimos por el mundo nuestra obra. Los que me leen un poquito sabrán que no acostumbro el relato... pero en fin, los sentimientos a veces son irrefrenables y no he podido contenerme. Espero les guste, es el primer relato corto que "intento".

Ya no nos leeremos hasta el año próximo, ya que el sábado 26 me marcho a una pequeña casa-cueva que he alquilado en la sierra por unos días y no volveré hasta el día 31 a la tarde. A los que tengais vacaciones como yo, simplemente disfrutadlas, descansad, sonreid mucho, y recargar esas pilas que para el año que entra hay que seguir en el campo de batalla por hacer de este mundo un lugar más humano y más justo. Y nada, a todos los que pasais por aquí quiero desearos unos felices días festivos y una feliz entrada de año, que los disfruteis mucho con amig@s y familia.

9 comentarios:

  1. Nadie que entre por primera vez aquí y sepa que la poesía es tu seña de identidad diría que no sueles escribir relatos. En serio, me ha gustado mucho. El final es perfecto y el personaje del hombre es tan... diferente, es el que más me ha gustado.

    ¡Felices fiestas! Disfruta tú también con todos tus seres queridos =)

    ResponderEliminar
  2. Que belleza... no soy muy de NAVIDAD pero si queria venir a tu orilla , para darte las gracias por tus escritos y un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Felices fiestas y feliz año 2010, es un gusto leerte y compartir tamañas pasiones sobre el papel, me sugirió que el protagonista de tu relato, necesitaba un atavío diferente para el próximo año, algo así como un desprenderse y volver a nacer.

    Que disfrutes de tus días de retiro.

    Hasta la vista.

    ResponderEliminar
  4. Un placer haber encontrado este sitio.

    Que pases unos maravillosos días de descanso.

    Felicidades y buenos excesos!

    ResponderEliminar
  5. Siempre es muy grato navegar entre tus letras,
    Aprovecho para desearte un feliz y prospero año nuevo 2010 que traiga todas las bendiciones y regalos que la vida te pueda dar.
    Yo me ausentare por un par de semanas , tomare unas vacaciones con mis hijos , asi que ya nos estaremos leyendo a mi regreso.
    Un beso y un fuerte abrazo para ti.

    ResponderEliminar
  6. "Te recuerdo Amanda,
    la calle mojada,
    corriendo a la fábrica
    donde trabajaba Manuel.
    La sonrisa ancha, la lluvia en el pelo,
    no importaba nada, ibas a encontrarte con él,
    con él, con él, con él, con él."

    Perdona, pero recordé con tu relato esta canción que me encanta.

    Me tuviste con los ojos pegados a la pantalla leyéndote, sin pestañear. Magistral, hermoso relato y ¿me harás un favor? que no sea el último, me encantó.

    Pásalo muy bien en esa cueva y en días de lluvia recuerda a Amanda y al profesor...
    Un beso de lluvia y sueños

    ResponderEliminar
  7. No sabía que era lo que me iba a encontrar. Leí lluvia y ese magnífico cuadro que alguna vez había visto en algún lado mientras de la imagen se escpaba el canto de un bandoneón que no se ve. Lógicamente me encontraría con un poema magnífico, ya que el autor que presentaba la entrada era de esos que se merecerían que sus obras estén tatuadas en murales de todo el mundo.
    Detenida por unos instantes repletos de goce en aquella imagen recordé el reloj. Y cuando recuerdo su existencia evito los detenimientos, aunque en el fondo un pequeño gorrión se esté lamentando.
    Bajé apurada para leer los versos preciosos y precisos que este autor repleto de hermosas utopías suele regalar, cuando para mi sorpresa descubrí en un espacio en el cual no la había descubierto, acurrucada cómodamente, a una prosa avergonzada de su espectacularidad.
    Me saqué elreloj, dejándolo sobre la mesa y llené mi copa con malbec exquisito mientras encendía un cigarrillo sin sentido, como los de siempre, como los de cada momento, uno entre tantos.
    Abrí la ventana para que ese ruido sobre las chapas de la casa cuyo techo se acerca a mi departamento me regalara la ruptura de las lágrimas que ferozmente caían del cielo acompañando lo único que había leído hasta el momento, el título. Busqué el polaco Goyeneche para que me haga compañía con su tango en la lectura, como siempre que sé que estoy a punto de degustar un buen texto.
    Cuando todo estaba en su debido clima, me di cuenta que al cigarrillo ya lo había devorado y que el vino ya bailaba dentro mío. Rellené mi copa y encendí otro tabaco.
    Me metí de lleno en algo que era aún para mí desconocido, los cuentos (el cuento, por ahora) de Juan Antonio Gonzalez Molina. Cuento que quizás, muchos años después, circule por libros que envejezcan felizmente amarillos en una biblioteca utópica, con poemarios del mismo autor rodeándolo. Cuento que aún siento latir, cuento perfectamente narrado, con un manejo de recursos digno deun profesional en el género. Al llegar al final, ya sintiendo que esa tormenta que me acompañaba desde el otro pasaje al mundo exterior era ni más ni menos que el profesor desvanecido entre letras consumadas en gotas al azar, alcé mi copa por vos, hacia el monitor, donde te identifico, donde te encuentro, por tus letras y por este asombroso descubrimiento: Tu faceta narrativa.

    Muchos cariños Juan!!! Ojalá puedas descansar y disfrutar en esa cueva. Te felicito por este texto!

    ResponderEliminar
  8. que hermoso relato,
    espero que la pases muy bien en tus vacaciones
    felicidades,
    y gracias por pasarte por mi blog
    te deseo lo mejor para este nuevo año
    un beso

    ResponderEliminar

NANAS DE LA CEBOLLA

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar
cebolla y hambre.

Una mujer morena
resuelta en lunas
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete niño
que te traigo la luna
cuando es preciso.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.