
Quiero ruido,
crujir de labios
que se besan hasta romperse,
mariposas en el alma,
un chasquido breve,
inerme, diminuto,
que apenas si existe
pero que encrespa
los órganos, las entrañas
que se dan enteras
hasta desvanecerse
y mezclarse con el viento.
Y entonces sables,
los ojos que se miran
y la noche que se muere.
Y ahora la sangre,
la algarabía inesperada
de las caricias que aparecen.
Y después los bailes,
inhóspitas cuestiones febriles
que alimentan tus caderas.
Y ya por siempre
las cadenas, un gesto
que no es más vago
por ser inesperado,
y tus ojitos, la sonrisa
que contiene aguas,
la mar de la alegría.
Voy borracho, ¿y qué?,
acaso importa eso
si mi mano tiembla
al posarse en tu cintura.
Mañana habré de sacarme
una a una las espinas,
paciente, roto, casi yerto
dibujando cicatrices sobre el lienzo.
Y al silencio le seguirá el silencio,
más profundo y más quedo,
dolorosamente inmóvil, negro,
austero, sórdido.
Juan Antonio González
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